Allá por el año de 1915, cuando José Pardo gobernaba un Perú, que iniciaba una prosperidad pocas veces vista en lo que restó del siglo anterior y del presente, existieron un par de personajes que en un momento dado, acapararon la atención de la emergente prensa peruana.
Fueron un par de aquellos a quienes llamamos de los bajos fondos, que en un momento determinado, tuvieron que dirimir superioridades frente a frente. Un “Duelo de Caballeros”, como luego titularía Ciro Alegría a una obra que publicara en 1955, en la Habana, Cuba; donde describiera dicho enfrentamiento, basado en lo que Carita, uno de los “caballeros”, le había contado durante varias visitas a la famosa “penitenciaría” de Lima, donde éste purgaba sentencia por otros delitos.
"Carita", uno de los actores en el duelo y el autor, entablaron una grata amistad, luego de esas visitas; donde éste último se vió también ganado por la tensión de esa escaramuza, cuyas réplicas se han visto en el transcurso de la humanidad.
“Carita”, en realidad era un apócope de su verdadero seudónimo: “Carita de Cielo”; cuyo nombre real fue Emilio Willman. La historia cuenta que era hijo de un vaporino yanqui y de una modesta lavandera de raza negra. De esa unión, nació este personaje y debido a sus finos razgos físicos, las vecinas del callejón donde vivía, lo bautizaron como “Carita de Cielo”. Seguramente, con el paso del tiempo y al ya crecer, no le sonaría muy varonil aquel sobrenombre y posiblemente él mismo decidió acortarlo a simplemente “Carita”. Era apuesto y fino, según comentaban sus emocionadas admiradoras de Abajo el Puente. Era ladrón, pero también –decían todas ellas– amable, elegante, de buena labia y gran bailarín.
El otro “caballero”, fue Cipriano Moreno, conocido en el Rímac como “Tirifilo”; un moreno alto y fornido. De ojos un tanto saltones, que siempre llevaba un sombrero de paja tipo “panameño”. También era ladrón; pero a su vez era soplón de la entonces Guardia Civil. Igualmente se cuenta que la guardia de seguridad del primer gobierno del presidente Leguía, le permitió ejercer el rol de torturador y verdugo. Era feroz y tenía varios duelos en su haber, habiendo quitado la vida, en muchos de ellos a sus contrincantes. Fue admirado y a la vez odiado por el hampa de aquella época.
Había llegado el momento para el choque de estos “faites”, bandidos, hampones o “caballeros” como los llamó Ciro alegría, para dar vida a su interesante obra; la cual fue una escenificación literaria de este duelo, del que en realidad nadie parece saber la real causa; aun cuando “Carita”; explicó al autor, que fue motivado por los insultos que Tirifilo había proferido contra su señora madre en una discusión callejera. Otros posibles testigos, sin embargo, señalaban la causa como producto de un incidente ocurrido por la preferencia de Teresa, “La Pantera”, una trabajadora de un lupanar rimense, quien había preferido a “Carita”, en vez de su rival.
“Tirifilo”, quien se creía más hombre por su corpulencia, mucho mayor a la de “Carita” y su experiencia en estas lides; fue quien dicen retó a éste último; comentando entre sus allegados, que sólo desfiguraría al niño lindo de los ojos claros y envidiado rostro.
Había llegado el momento del duelo. Un pequeño David, aceptando el reto de Goliat; o quién sabe cómo se inició esta disputa. Pero no había forma de eludir el destino. Estaba demás la causa o motivo; sólo había que dirimir superioridades; que según los testigos del lance, deberían favorecerle a “Tirifilo”.
Era el 2 de mayo de 1915. El escenario, una zona denominada el Montón; botadero más antiguo que tuvo Lima, aledaño a los rieles del ferrocarril que iba hacia Ancón.
El duelo no fue con espadas como los que realizaban aquellos “Caballeros de la Mesa Redonda” en la edad media, pero sí con armas también de acero, mucho más pequeñas, pero igual de punzantes y mortales. Tampoco hubo “padrinos”, como se estilaba es esos encuentros entre “caballeros” reales; apenas unos cuantos "ayayeros" de uno y otro bando, aparte de vecinos y testigos ocasionales.
“Tirifilo”, chaveta en mano, buscaba desfigurar, como había prometido, el rostro de “Carita”; ya que su experiencia en estos menesteres, le daba la seguridad del triunfo. Un novato como “Carita”, no debería poner en peligro su honorabilidad, menos su vida.
Y en un momento de tensión, “Tirifilo”, marcó el rostro de su contrincante, que sangraba profusamente. “Carita”, no pudo esquivar aquel certero “chavetazo”, de un “Tirifilo”, que se burlaba de su inexperiencia. Ataques van, ataques vienen, el encuentro no fue rápido; pero, en determinado instante, cuando “Tirifilo”, luego de recibir un pequeño corte en el brazo izquierdo y tratando de hacer una “finta” burlona, para ridiculizar más a su rival, da un traspiés y se ve expuesto a la “chaveta” de un “Carita”, que sin mayor respeto, introduce la hoja de su arma en los pulmones de su rival. Mortalmente herido y vomitando sangre por la boca, "Tirifilo" se desploma en el polvoriento suelo y su contrincante, al igual que testigos y ayayeros, corren en diferentes direcciones para huir del escenario mortal. “Carita”, malherido, pudo llegar hasta una farmacia donde fue atendido y dos horas más tarde, fue apresado e internado en un hospital, por la gravedad de sus heridas.
El duelo, quedaría latente en el ambiente por mucho tiempo. Aun hoy en día es motivo de remembranza. “Carita”, el David legendario; había podido “pisar el poncho”, al fornido “Tirifilo”, el Goliat del duelo y la euforia popular, iría acrecentando día a día, el perfil de un aparentemente debilucho héroe popular. Hasta el mundo del criollismo, aquel que dictara cátedra en las primeras décadas del siglo pasado, lo homenajearía, rindiendo culto al coraje de “Carita”; en la letra del Vals “Sangre criolla”, melodía que al compás de guitarra, cajón y castañuelas, cantaría los pormenores de ese mortal encuentro a chaveta. Más tarde, aparecerían otros valses como "La Muerte de Tirifilo" y "El que a cuchillo mata, a cuchillo muere".
Años más tarde, en el escenario de dicho "enfrentamiento", se construyó el Barrio Obrero del Rímac.
Una anécdota más de las tantas que tiene nuestra añorada Lima de antaño. (LARS).
Sangre Criolla
Autor Anónimo
"También los hijos del pueblo
tienen su corazoncito"
que el valor no es patrimonio
sólo de los señoritos.
Dos guapos han dado prueba
sin actas y sin padrinos,
que aquí tienen los criollos
el corazón en su sitio.
Sin floretes ni pistolas,
sin médico y sin testigos,
sino con unas chavetas
puntiagudas y con filo
en el Montón se citaron
el CARITA y TIRIFILO.
La gente los conocía
como matones de oficio,
pues sabía que los dos
eran mozos divertidos
y le paraban los machos
a todo hijo de vecino.
Faitemanes como nadie,
valientes y decididos
mozos chuchos, ¡pura yema!
la flor de lo mejorcito.
Se enojaron una noche
y se dijeron sus dichos
y se fueron de palabras
y casi cambian un quiño,
pero entre ambos convinieron
mejor en un desafío.
Como los dos se insultaron
los dos eran ofendidos,
y hay cosas que solamente
pueden ponerse en su sitio
arreglando los disturbios
con la punta del cuchillo.
En el Montón se encontraron
y allí se batieron
cual cumple al honor
el uno al otro se hirieron
y mucho admiraron
su saña y valor.
TIRIFILO era más diestro
y seis puñaladas
certero le dio;
y con las carnes cortadas
CARITA sereno
su sangre vertió.
Todos los que los miraron
suspensos quedaron
de ver su valor,
el CARITA no cedía
y más bien crecía
su audacia y furor.
TIRIFILO hizo sus quimbos
pero en una de esas
pegó un resbalón
y el CARITA en el momento
le hundió la chaveta
en el corazón.
A la morgue lo llevaron
y allí lo dejaron
porque eso es legal
y al CARITA lo cargaron
y lo trasladaron
hasta el hospital.
El pobre allí está,
dicen que a la cárcel
pronto pasará,
pero no será
pues como a valiente
se le juzgará.
El CARITA será absuelto,
pues sólo van a presidio
los que roban o asesinan,
para purgar su delito,
no un hombre que mata a otro hombre
por honor en desafío;
porque hay que tener en cuenta
lo que dijo aquel que dijo:
"También los hijos del pueblo
tienen su corazoncito".
(enviado por Dario Mejia)
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